«La carrera presidencial es ahora cosa de dos». Así lo anunció Nikki Haley, la única candidata republicana que queda en pie frente a Donald Trump en las primarias republicanas, tras quedar tercera hace dos semanas en los caucus de Iowa por detrás del propio Trump y de Ron DeSantis.
En ese momento parecía un atrevimiento, y algunos comentaristas dijeron incluso que era probable que se tratase de un eslogan escrito con anterioridad a los resultados, cuando todavía las encuestas le aseguraban el segundo puesto. Sin embargo, la renuncia de Ron DeSantis al día siguiente hizo que su afirmación se cumpliera con escrupulosa exactitud.
La exembajadora ante Naciones Unidas nombrada por Trump sabía que su derrota estaba descontada y no perjudicaba en gran medida a sus expectativas, que salían incluso reforzadas por la exigua ventaja, apenas dos puntos, que DeSantis había logrado sacarle. Comparativamente, el margen de 30 puntos del expresidente sobre DeSantis suponían el golpe definitivo para sus aspiraciones presidenciales, como así ha acabado siendo.
Tanto Vivek Ramaswamy como Ron DeSantis encarnaban o deseaban encarnar un Trump mejorado que mantuviera sus virtudes y cambiara algunos de sus defectos por juventud, dinamismo y el tipo de desparpajo habitual en las startups tecnológicas en un caso, o por la seriedad en la gestión y la rendición de cuentas en el otro. Esa apuesta pasaba por que el votante republicano los prefiriese al auténtico expresidente, y decidiera quedarse por tanto con las nueces de su gestión y ahorrarse los zarandeos del árbol mediático. Ambos candidatos han comprendido, al primer contacto con su electorado real, en lugar de con datos demoscópicos, que la tarea se antojaba imposible: hay una mayoría de republicanos que lo que espera es precisamente zarandeos del árbol mediático.
Vivek renunció a la carrera presidencial después de hacerse con un 8% del apoyo de los votantes en Iowa, un resultado meritorio para un candidato desconocido por el público hace sólo unos meses, pero insuficiente para seguir apostando por una campaña financiada casi exclusivamente con fondos propios.
Su campaña ha sido la más refrescante, con momentos de gran intensidad en los debates como la apertura del tercero en la NBC, en que se dirigió a los moderadores para que confirmasen si la colusión rusa de Trump que habían estado vendiendo al público era un bulo o no. Orador brillante sobre el que ya se llamó la atención en estas páginas, especialmente afiladas han sido sus críticas a Nikki Haley, mientras que ha evitado críticas directas a Trump. El mismo día de su renuncia llamó a la unidad en torno a la campaña de Trump, y un día después apareció junto al expresidente en un mitin en New Hampshire, que celebró sus primarias el pasado martes. Aunque un pequeño sector del trumpismo, especialmente el más joven, apuesta por el empresario de origen indio como vicepresidente, no es probable que Trump escoja a un perfil con demasiada personalidad propia para completar el ticket electoral. Lo que no impide que sigamos teniendo noticias de Vivek durante los próximos meses y años.
La campaña de Ron DeSantis, al candidato que a priori parecía mejor posicionado para disputarle el liderazgo del partido a Trump, llevaba en caída libre desde comienzos del año pasado. El gobernador de Florida, con el respaldo de una hoja de servicios brillante en su estado, no había logrado anotarse ningún tanto que hiciera despegar su campaña. A pesar de haber sido el auténtico adalid de la defensa de las libertades durante la pandemia, y con victorias frente a grupos de presión multimillonarios en su haber, hasta el último momento las encuestas le otorgaban la tercera posición en Iowa.
Fuente: https://projects.fivethirtyeight.com/2024-republican-primary-updates/ (datos previos a los caucus de Iowa).
Ryan Girdusky explicaba que podía deberse a la sobrerrepresentación de diez a uno de votantes demócratas e independientes en la muestra poblacional de las encuestas, práctica que estaría exagerando los números de Haley. Los dos puntos de diferencia a favor de DeSantis en los resultados finales han confirmado su teoría, pero seguían siendo un rédito minúsculo para una campaña que, curiosamente, partía con todos los hechos a su favor.
En su caso, ha fallado el relato, no el dato. La oratoria de DeSantis es demasiado plana, y su falta de cintura le penaliza cuando se trata de ganarse a la audiencia. Ha evitado durante demasiado tiempo la exposición a los periodistas con preguntas abiertas, un terreno en el que se maneja con dificultades, y eso le pesa en el nerviosismo que sigue mostrando en los momentos decisivos. Ni jugando en casa y con un público favorable como el que acudió al tercer debate republicano, celebrado en Miami, con rivales que no le tienen en la diana, salvo Haley, pudo el gobernador de Florida brillar.
Una vez abandonada a regañadientes su candidatura —que la víspera del anuncio de su retirada estuviera haciendo campaña en Carolina del Sur indica que debió de recibir alguna llamada—, su participación ha demostrado ser un error que ha perjudicado su capital político. Está por ver si le pasa factura también al aparato del Partido Republicano, especialmente por su entramado de donantes, que buscaba y busca el modo de librarse de Trump, un candidato del que ya recelaba en 2016. No es un secreto que han movido todos los hilos para impulsar a cualquier candidato que pudiera hacerle sombra al neoyorquino, proporcionándole fondos para su campaña y el apoyo de figuras mediáticas, pero la distancia de DeSantis con la base de votantes, que tiene con Trump poco menos que un vínculo emocional, ha demostrado ser un riesgo que el aparato republicano ha decidido no seguir corriendo.
La trayectoria de DeSantis ilustra la importancia de saber leer los motivos concretos del éxito. Como ha recordado hace poco Ann Coulter, una de sus principales valedoras públicas, «Su victoria por 20 puntos en 2022, cuando los republicanos fueron aniquilados en el resto del país, hizo que DeSantis no estuviera dispuesto a considerar los consejos de personas que simplemente intentaban ayudarle».
Mientras tanto, el mapa electoral que muestra los estados en principio republicanos y demócratas (con dos niveles de intensidad), junto con los estados en disputa entre ambos partidos, apenas ha cambiado desde las últimas elecciones. Debido a ello, varias voces relevantes dentro del Partido Republicano, entre ellas la presidenta del Comité Nacional Republicano, Ronna McDaniel y los senadores Ted Cruz y Marco Rubio, antiguos rivales de Trump en las primarias de 2016, se han sumado al llamamiento a la unidad en torno a la candidatura de Donald Trump, que salvo novedades judiciales parece hoy inevitable.
¿Por qué continúa entonces Nikki Haley su carrera presidencial?
SI tuviéramos que resumirlo en una frase, porque todas sus opciones de futuro, no necesariamente políticas (en sentido estricto) pasan por congraciarse con quienes están pagando hoy sus facturas.
Revisemos los datos.
Haley quedó tercera en los caucus de Iowa, por debajo de las encuestas que le aseguraban el segundo puesto por detrás de Trump y a más de 30 puntos del expresidente. En las primarias de New Hampshire, estado de tendencia demócrata y moderada con un público en principio más favorable a su mensaje, que cuenta con apertura de voto a independientes y demócratas, su baza electoral, sin ningún otro candidato en liza para capitalizar el voto contra el expresidente, con el respaldo y la implicación absoluta del gobernador, Chris Sununu, y con un año de preparación en el que la exembajadora ante la ONU ha llegado a asistir hasta a 10 eventos en un mismo día, sus resultados han sido los siguientes:
Es decir, un meritorio pero escaso segundo puesto a más de 10 puntos de Trump, y eso en el escenario más favorable que nadie pudiera desear para ella. Y sin embargo, Haley salió a celebrar su resultado y realizó su segunda advertencia en una semana: «Esta carrera no está ni mucho menos acabada, quedan docenas de estados a los que ir, y el próximo es mi dulce estado de Carolina del Sur», del que fue gobernadora entre 2011 y 2017.
En realidad el siguiente es Nevada, estado en el que Haley ni siquiera se presenta (aunque sí a las primarias que no tienen relevancia electoral pero se celebran allí al mismo tiempo, debido al enfrentamiento entre el partido republicano con la legislación estatal).
Haley seguirá luchando contra Trump y contra la historia: ningún candidato que haya ganado tanto Iowa como New Hampshire ha perdido jamás las primarias. Alguien podría pensar que tiene sus esperanzas puestas en su estado, que algunos analistas han considerado su último cartucho, descartando así su segunda advertencia como una bravata destinada a animar a su base electoral.
No parece haber datos que respalden esas esperanzas: todas las personas clave del estado, incluyendo al senador Tim Scott, el actual gobernador, Henry McMaster, la plana mayor de los políticos y representantes republicanos del estado, incluso algunos con favores que deberle a Haley, han apoyado públicamente a Trump y estarán haciendo campaña por él hasta las votaciones del próximo 24 de febrero. La media de todas las encuestas publicadas sobre las primarias de Carolina del Sur pueden verla aquí:
En números redondos, está a unos 30 puntos del expresidente. Y entonces, ¿qué pretende lograr en estas primarias?
Nadie cree en la victoria de Nikki Haley
Cuando se habla del dinero de los grandes donantes que controlan las campañas políticas, la gran diferencia entre Estados Unidos y otros muchos países es que allí esa gran fuente de corrupción está legalizada, de modo que hasta cierto punto es posible rastrear quién paga qué a quién.
La ley establece unos límites y unas formalidades muy estrictas para donar dinero directamente a un candidato, de modo que en esa cuenta suelen recogerse pequeñas propinas de algunos miles de dólares que sirven para revelar el sentido de las preferencias, mientras que el grueso de las donaciones se canaliza a través de los conocidos como PACs (Comités de Acción Política), organizaciones privadas exentas de impuestos que canalizan el dinero de los donantes a favor o en contra de candidatos, iniciativas electorales o proyectos de legislación concreta.
Así, por ejemplo, Michael Bloomberg en 2020 donó a Joe Biden a través de su jefa de campaña 2.800 dólares, mientras que donó otros 100 millones de dólares a superPACs de apoyo al presidente, sumados a los más de mil millones de dólares gastados en los cuatro meses de su fracasada campaña para derrotar a Trump en las primarias republicanas.
En 2010, el fallo del Tribunal Supremo en el caso Citizens United v. FEC estableció que el gasto independiente de corporaciones y sindicatos en apoyo o en oposición a un candidato no podía ser limitado por ley.
El argumento se resumía en que la participación en el proceso político es un ejercicio fundamental de la libertad de expresión y que las restricciones previas a las elecciones eran inconstitucionales.
La decisión permitió la creación de los Super PACs, que pueden recaudar y gastar sumas ilimitadas de dinero en apoyo o en oposición a candidatos, siempre y cuando no se coordinen directamente con ellos.
En la práctica, este fallo legalizó lo que en el resto de países se considera financiación ilegal, si bien con una serie de requisitos legales de presentación de cuentas, transparencia, etc. La ventaja es que gracias a ello podemos conocer la identidad de algunos de los que manejan el proceso político.
Una de estas personas es Jamie Dimon, director ejecutivo de JPMorgan desde hace casi dos décadas, con un largo y generoso historial de donaciones a candidatos demócratas, que hizo un llamamiento público hace un par de meses para que otros empresarios hicieran como él y aportaran fondos a la campaña de Nikki Haley. Por esas mismas fechas, AFP, el poderoso PAC del multimillonario Charles Koch, el hermano que queda vivo de los célebres hermanos Koch, ambos conocidos por sus posturas libertario-conservadoras, se sumó públicamente a la campaña de Haley.
Poco después, otros donantes de importancia, como el dueño de Pershing Square Capital, Bill Ackman, o el fundador de LinkedIn, Reid Hoffman, ambos conocidos donantes demócratas, hicieron público su apoyo a Haley.
El caso de Hoffman es significativo porque también se encuentra entre los principales donantes a la campaña de Joe Biden, en 2018 tuvo que disculparse al hacerse público que había financiado una campaña de desinformación contra el aspirante a gobernador republicano Roy Moore en Alabama, y ha llegado incluso a costear el proceso legal por agresión sexual de E. Jean Carroll contra Trump. En 2020 invirtió más de 7 millones de dólares sólo en el principal PAC de Biden, y en 2024 lleva gastados cerca de ochocientos mil dólares para su reelección.
Para todas estos donantes, tanto republicanos como demócratas, muchas veces lo importante no es tanto que su candidato preferido gane como que no gane el que detestan. Ahí es donde el fallo del SCOTUS que permite los Super PACs en contra de un candidato tiene especial relevancia, y ahí es donde cobra sentido asimismo el papel de Haley en estas primarias republicanas.
Los retos de la campaña de Trump
El expresidente ha demostrado seguir teniendo una popularidad extraordinaria entre las bases del Partido Republicano, lo que obliga a todas las figuras importantes dentro del partido a medir mucho las palabras con que se refieren a él en público. El entusiasmo que Trump provoca entre el electorado apenas tiene rival en el actual ciclo electoral. Sólo una figura como Obama era capaz de alcanzar esas cotas de identificación y lealtad a su figura, y Joe Biden estaba muy lejos, incluso en su mejor momento, de hacerle sombra.
Sin embargo, las encuestas y los resultados en estas dos primeras citas electorales de las primarias muestra que existe un importante grupo de votantes republicanos (el 35% en New Hampshire) que se quedarían en casa, o incluso valorarían votar a otro candidato, si el nominado fuese Trump.
A ese sector en concreto es al que apela Nikki Haley, y si el expresidente no es capaz de atraer a otros votantes independientes o incluso demócratas, como hizo Reagan para vencer a Carter, lo que le privará de la presidencia no serán quienes voten a favor de Joe Biden, sino los que voten para evitar que él sea presidente.
Trump necesita pues unir al Partido Republicano en un bloque favorable a su presidencia, cosa que ya adelantó en el discurso tras su victoria en Iowa, pero que parece haber olvidado tras su triunfo en New Hampshire. En esa tarea, la presencia de Haley supone un importante obstáculo, por pobres que sean sus resultados en cada nueva cita de estas primarias (en tanto no lleguen a ser ridículos), pues le impide proyectar esa imagen de unidad. Cada ataque a su oponente republicana le aleja de posibles votantes independientes, moderados o indecisos, los tres grupos fundamentales para decantar los resultados en los estados clave en juego, prácticamente los mismos que en 2020.
Esta es en mi opinión la baza con la que cuentan quienes mantienen viva a Nikki Haley en unas primarias que no puede ganar, pero en las que puede desgastar lo suficiente a Trump, allí hasta donde llegue, como para justificar la inversión de varios millones de dólares que en realidad buscan la reelección de Joe Biden. Y por eso mismo creo que podemos tener Nikki Haley para rato, o al menos para más rato del que le auguran muchos, tras las primarias del próximo 24 de febrero en Carolina del Sur, en las que fácilmente podría presentar una derrota por menos de lo que estiman las encuestas como un resultado que salve los muebles de su carrera presidencial, materializando así de paso la segunda de sus advertencias.
Con la permanencia de Haley en las primarias, y el manejo de los tiempos del frente judicial que tiene abierto Trump, con el mantra de los 91 cargos en su contra repetido hasta la extenuación en todos los medios norteamericanos y extranjeros, una de cuyas citas importantes es la víspera del supermartes, la fecha decisiva para la segunda mitad de las primarias, el 5 marzo, a Trump las cosas se le pueden complicar mucho más de lo que algunos anticipan tras sus dos abrumadoras victorias en las dos primeras citas de las primarias.
Todo esto en un año en que la insubordinación (¿fundante?) de Texas amenaza con convertirse en la chispa que haga explícita la contienda civil que lleva produciéndose de forma larvada desde al menos 2016. No cabe duda de que vivimos tiempos interesantes