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Tanto el socialismo como el capitalismo son falsos

Es ciertamente posible imaginar una tradición de gobierno para el bien de la clase trabajadora, y también de todas las demás clases. Pero esa tradición tendría que ser nueva

Una carta abierta tanto a los influencers posizquierdistas como a los profesionales de las finanzas.

Mis agentes, que están por todas partes, me han hecho saber que tengo un pequeño y bastante discreto grupo de seguidores entre la «posizquierda»: un puñado de jóvenes y difíciles intelectuales que, aunque plena y adecuadamente disgustados con el régimen estadounidense y todas sus obras, podrían seguir describiéndose a sí mismos como «socialistas» o incluso «marxistas».

Mirad, os quiero, chicos, pero hay que afrontarlo: en realidad no sois socialistas, sino nihilistas a medio cocer. Para haceros felices, pasaré la mitad de este ensayo desacreditando el capitalismo, confirmando la verdad que sabéis que sabéis. Pero no podéis ser socialistas.

No es sólo que el socialismo sea un error; es que ni siquiera existe. Es más: hoy en día, no puede existir. Y lo mismo puede decirse del capitalismo, aunque por razones muy, muy diferentes.

Lo que haré hoy es desmontar el socialismo históricamente y el capitalismo financieramente. El problema del socialismo es simple y fácil de entender. El problema del capitalismo es complejo desde el punto de vista humano, aunque sencillo desde el punto de vista financiero. También tengo unos pocos seguidores entre los profesionales de las finanzas.

El socialismo no existe ni puede existir

No puedes ser socialista, del mismo modo que los «nazis» de Internet tampoco pueden ser nazis de verdad. La oficina del partido ya no expide carnés. Puede haber falsos nazis, por supuesto: gente que se disfraza de nazi. Esto puede ser mejor o peor; pero para bien o para mal, es objetivamente algo distinto.

El socialismo no es un partido, sino una idea o un ideal. Sin embargo, la ideología socialista sigue implicando la pertenencia conceptual a algún movimiento. Un libertario solipsista tiene cierto sentido. Un socialista solipsista carece de sentido, al igual que carece de sentido ser «nazi» en un mundo en el que no existen ni el Partido ni el Führer.

¿Qué es el socialismo como movimiento? El socialismo es un movimiento de masas de la clase obrera para promover los intereses de la clase obrera.

Si esta definición es adecuada, y si en el mundo real actual no existe ni puede existir ningún movimiento que se ajuste a la definición, entonces no existe ni puede existir el socialismo. Si no existe ni puede existir tal cosa como el socialismo, cualquiera que afirme ser socialista sólo puede ser un falso socialista. Por lo tanto, el socialismo es y debe ser falso.

La mayoría de la «posizquierda» estaría de acuerdo con el es, pero no con el debe ser. Lo que dirían —si es que no estoy caricaturizándolo— es que el socialismo, que una vez fue un verdadero movimiento obrero, ahora se ha convertido en algo muy diferente: en la ideología oficial de la «clase directiva profesional» (PMC)[1]. Pero tenemos que arreglarlo y convertirlo de nuevo en un movimiento obrero, y podemos hacerlo. ¿Es eso cierto?

Casi, pero no del todo

Esta teoría de la «posizquierda», aunque casi correcta, no lo es suficientemente. Comete un error común, que consiste en corregir una narrativa falsa pero oficial en el presente, pero no en el pasado.

Como dijo Cicerón: quien no comprende el pasado está condenado a seguir siendo un niño. Así que cualquiera que consiga persuadirte de que no entiendes el pasado puede mantenerte en una esclavitud tutelar permanente, con independencia de tu inteligencia, educación, sabiduría o experiencia. Crees saber, así que ni siquiera intentas aprender.

Esta gente de la «PMC» es lo que yo he llamado alta burguesía, o armígeros, o brahmanes —básicamente son nobles, pero una nobleza clerical, no militar. Nada inusual en la historia. También son la clase directiva de James Burnham y la nueva clase de Milovan Djilas. Ahora todo el mundo puede ver con claridad esta cultura; es también mi cultura.

Es sin duda cierto que, en 2020, la justicia social es la ideología oficial de la «PMC». También es cierto que la «PMC» tal y como la conocemos es un desarrollo del siglo XX.

No es en absoluto cierto que el socialismo del siglo XX comenzara como un movimiento obrero. Y esta ficción no es sólo una curiosidad histórica; tiene una importancia crucial para el presente.

Los dos primeros pasos

El socialismo sensu lato —incluidos el comunismo, el progresismo, el liberalismo y todas las demás etiquetas del izquierdismo, ninguna de las cuales puede definirse objetivamente como distinta, ni social ni filosóficamente, de ninguna de las demás—siempre se origina como una secta intelectual. ¡Y eso no tiene nada de malo!

Como culto intelectual (puesto que está leyendo esto, usted ya está en uno, o más cerca de estarlo, al menos, a cada palabra que lee), sus creyentes naturales son eruditos desvinculados y desafectos. Para bien o para mal, siempre hay muchos. Tal vez usted sea uno de ellos. También lo era Pol Pot. También, por supuesto, Karl Marx. Yo también, por supuesto. Todo esto son cosas del siglo XIX y la mayoría de la gente lo sabe, pero la mayoría de la gente tiene una comprensión más endeble de lo que ocurre después.

Desde esta posición original, el socialismo (sin dejar de ser un culto intelectual) se convierte en un dictamen de moda. Como dictamen de moda, sus creyentes naturales son las personas más ricas y sofisticadas del país: la corteza superior de la corteza superior, el 1% del 1%. ¿Es extraño que estas personas tengan algo contra el 99% del 1%? ¿O es la naturaleza humana?

Por lo tanto, los líderes de cualquier movimiento socialista consisten naturalmente en una mezcla de los dos tipos: intelectuales y clase alta. Por supuesto, los sirvientes del movimiento —el gran número de personas que le dan el poder, bajo un sistema político que ha decidido que cantidades grandes de personas tienen un derecho inherente al poder— son justo a quienes reivindica el movimiento. (Y como es de rigor, los líderes dicen ser los sirvientes de los sirvientes).

Pero si «socialismo» es la palabra correcta para un movimiento de la clase obrera en nombre de la clase obrera, no puede ser la palabra correcta para un movimiento de la aristocracia en nombre de la clase obrera. Ambas cosas son obviamente diferentes.

El mecenazgo y sus sedientos esclavos de la moda

Tenemos una palabra mejor para designar este movimiento: clientelismo [patronaje]. El clientelismo es la creación y el mantenimiento sistemáticos de la dependencia económica a cambio de poder político.

Los aristócratas romanos —de donde procede la palabra mecenas [patrón]— medían el estatus de los demás en función del número y la calidad de sus clientes, los dependientes de su generosidad aristocrática. Lo mismo hacían los señores medievales con sus siervos: la palabra lord procede del sajón hlaford, que significa «dador de pan». Lo mismo ocurría, por supuesto, con los capataces de las plantaciones del Sur.

Nunca se debe suponer que la empatía del patrón por el cliente, del señor por el siervo, del propietario por el esclavo, o de la socialité por el carbonero, sea intrínsecamente falsa. ¡En absoluto! Normalmente es auténtica.

Sin embargo, no hay nada que la obligue a ser auténtica. Peor aún: aunque la intención sea auténtica, nada obliga a que lo sea en la práctica. Y cuanto más distante y abstracta es una relación directa, más débiles son los vínculos emocionales que podrían obligarla a ser auténtica. La socialité no sale bien parada de esta comparación.

Podemos decir que el «socialismo», en el siglo XX, es un movimiento aristocrático que pretende promover los intereses de la clase obrera. En el sentido de nuestra definición original, de un movimiento obrero que promueve los intereses de la clase obrera, no existe, y jamás existió en el siglo XX, movimiento semejante.

Esta ausencia no prueba que tal movimiento no pueda nacer en nuestro siglo. Pero elimina la justificación inductiva para pensar que tal cosa es posible.

El último paso de la evolución del socialismo es la difusión de las modas aristocráticas entre las clases medias: clases medias sociales, clases medias intelectuales, clases medias financieras. Esto crea la «PMC» aspiracional tal y como la conocemos.

Como la mayoría de las clases medias (utilizando el término en el sentido eufemístico actual, como «clase media alta», lo que significa realmente «baja clase alta», el 20% de la población como máximo), el PMC siente que lo está haciendo bien cada vez que imita a sus superiores.

Sin embargo, para esos superiores, los verdaderos aristócratas, la motivación de la ideología es tanto la ambición como la empatía. Además, la ambición tiende a expulsar la empatía, dejándola como una justificación fría y estéril de una necesidad nietzscheana de gobernar y ganar: de ser el hlaford, el dador de pan. Todo el mundo ha visto la fealdad de esta gente.

Uno cree que debe haber algo más, pero no, esto es todo lo que hay. Y esta fealdad también es imitada. En algún lugar, ahora mismo, en una escuela o en una oficina cerca de usted, alguien está siendo humillado y destruido a manos de almas pequeñas, crueles y sedientas, en beneficio del pueblo. ¿Tiene usted una lágrima para ellos? Por supuesto que no. Usted no puede sentir nada salvo el poder.

Además, una de las formas más comunes de afrontar esto entre la mejor gente de la izquierda es sentir que, aunque por supuesto esta mierda existe y es horrible, no representa el verdadero espíritu del movimiento. Ese verdadero espíritu, más bien, les pertenece a ellos. Su sueño no es matar al dragón, sino recapturar a esa bestia y comandarla como su legítimo dueño. ¿Podéis ver lo que estáis haciendo aquí, chavales? ¿Y creéis que sois los primeros en hacerlo?

La ambición es una emoción humana natural. Vive mejor si vive abiertamente como tal. Si te bebes una botella de vino al día, no lo haces sólo por el sabor. El efecto real del socialismo es siempre el clientelismo, que siempre crea poder. Tanto si pretendes drogarte con el poder como si no, acabarás haciéndolo. Procura que al menos sea poder real, y no un simulacro estéril y voyeurista del mismo.

La dependencia no es separable de la autoridad. Si le das a alguien el pan de cada día, eres su señor. Puede que ni siquiera le exijas que trabaje para ganárselo; puede que ése sea tu capricho señorial; puede que tu intención sea beneficiarle, tal vez pensando que la ociosidad es mejor que el trabajo; pero si mañana cambias de opinión, no tiene más remedio que cavar zanjas para ti.

Posiblemente lo único que quieras de él sea su voto, exactamente igual que un político romano alardeando en su porche de la cantidad de clientes que tiene. Al menos el patrón romano conocía a su cliente en persona, y a menudo dependía de él para su servicio. A ti el hombre ni siquiera te pertenece por su trabajo, sino sólo por su número, como una estadística andante. ¿Es esto deshumanizar demasiado?

Los politólogos indios tienen un término para esto: banco de votos. En este punto arañamos el fondo del rancio, sórdido e inhumano tinglado del clientelismo de masas, que es el único destino posible del socialismo, y de hecho de la propia democracia, en el siglo XXI.

Como realmente fue

El lector atento habrá observado que ninguna de estas afirmaciones históricas ha sido probada o justificada hasta ahora mediante pruebas históricas. Cierto. Nadie puede convencer a nadie de nada.

Si le interesa esta hipótesis, si cree que podría ser cierta pero no está seguro de ello, quizá le interese indagar su verdad o falsedad. Yo no puedo ayudarle a indagar su falsedad; sé que es cierta. He aquí algunas referencias que pueden ayudarle a convencerse de que lo es.

Una buena forma de demostrar que algo es falso es encontrar lo real y luego compararlo con lo falso. Para encontrar un movimiento obrero estadounidense auténticamente endógeno, sin vínculos intelectuales o aristocráticos, tenemos que remontarnos hasta antes del siglo XX. Tanto los Caballeros del Trabajo como su líder, Terence Powderly, tienen excelentes páginas en Wikipedia. Obsérvese también la masacre de Rock Springs.

Aunque en el siglo XX los sindicatos conservaban líderes con auténticos antecedentes laborales, este movimiento obrero antaño endógeno no evolucionó hacia el movimiento socialista. Más bien quedó ideológicamente capturado por el movimiento socialista, a cuyo programa político y candidatos pronto llegó a servir con lealtad perruna e incuestionable. Al fin y al cabo, el trabajo de la clase dominante consiste en mandar.

La primitiva clase dirigente

Aunque la mayoría de los intelectuales conocen la etapa intelectual de ese movimiento en el siglo XIX, pocos saben cómo era en realidad a principios del XX. En esa época, sus centros eran la capital de invierno y la capital de verano de la joven aristocracia estadounidense: Greenwich Village y Provincetown.

Para leer sobre el tipo de gente que participaba en este temprano mundo bohemio (si tiene prisa, haga clic en «Early Life»), lea sobre John Reed o Walter Lippmann o Lincoln Steffens; o sobre las mujeres, como Mabel Dodge o Mary Heaton Vorse o incluso Gertrude Stein; o sobre instituciones como la Intercollegiate Socialist Society (ISS). O vea la realista aunque hagiográfica película de los ochenta Reds, con Warren Beatty como John Reed.

Mientras navega por esas páginas, imagine que teletransporta a cualquiera de esas personas directamente al Burning Man. Se dará cuenta de que, salvo por su ropa, encajarían perfectamente. Eso es porque son de la misma clase social, aunque no de la misma clase económica. Bueno, no siempre. Ahora, trate de imaginar a Terence Powderly en el salón de Mabel Dodge. Si Terence Powderly viviera hoy, conduciría una camioneta F150 con pegatinas de Trump.

De hecho, es posible que la DSA sea la organización legítima sucesora de la ISS. Y, curiosamente, tiene exactamente el mismo tipo de miembros, aunque en su mayoría no tan ricos.

Los bohemios de aquella época tampoco eran siempre ricos. Eran ricos o brillantes, aunque la mayoría de las veces eran ambas cosas. A pesar del enorme daño que hicieron al mundo, tenían buenas intenciones y también hicieron algún bien.

Esto es el «socialismo» en vida de los que hoy viven. Es una ideología de clientelismo aristocrática y oligárquica. Nunca ha sido otra cosa. La vanidad, el estatus y la ambición son parte crucial de su atractivo. Aunque a veces haga cosas buenas, nada le obliga a hacer cosas buenas, y todo le tienta a parecer bueno, en lugar de ser bueno. Con qué resultados, ya lo veremos.

Y no se parece en nada a un movimiento obrero para promover los intereses de la clase obrera, como los Caballeros del Trabajo, que promovieron los intereses de la clase obrera… masacrando a la competencia china. No es que quieras identificarte con eso. En cualquier caso, fue hace 150 años, en una América más ajena a nosotros que cualquier país actual.

Y hasta aquí sobre el «socialismo». Es ciertamente posible imaginar una tradición de gobierno para el bien de la clase trabajadora, y también de todas las demás clases. Pero esa tradición tendría que ser nueva; tendría que centrarse en los resultados, no en los objetivos; y no podría mancharse, moral o intelectualmente, con ninguna conexión con el «socialismo» del siglo XX, ni con ninguna otra farsa del estilo.

Como el capitalismo…

El capitalismo no existe y no puede existir

La definición de capitalismo es un libre mercado de capitales. [Pausa incómodamente larga aquí, quizás hasta que alguien del público se ría].

No, en serio. El capitalismo no es sólo «tener empresas que fabrican cosas». Alemania del Este tenía empresas que fabricaban cosas. Capitalismo es «tener un libre mercado de capitales».

Levante la mano si cree que tenemos un libre mercado de capitales. Si no ha levantado la mano, busque papel y bolígrafo y escriba dos fechas. La primera fecha es el último año en que tuvimos un libre mercado de capitales. La segunda fecha es el próximo año en que lo tendremos.

Si puede, pruebe este ejercicio en una sala llena de profesionales de las finanzas. Predigo que sus resultados serán muy dispares. (Si la sala es lo bastante grande, puede que la primera fecha se remonte al Banco de Ámsterdam). Lo que esto le dice es que nadie tiene ni puñetera idea.

Sea lo que sea que tenemos, es para el capitalismo —un libre mercado de capitales— lo que el Cuadrante Delta es para la Federación. Apenas tenemos idea de cómo llegamos aquí. No tenemos ni idea de cómo volver. De hecho, sospechamos que es imposible, y así es.

He aquí un breve resumen del sistema financiero estadounidense. Funciona perdiendo dinero. Dado que el dólar es la moneda de reserva mundial, puede perder tanto como quiera. Pierde dinero de muchas maneras, pero principalmente dando dinero gratis a los ricos.

He aquí un resumen un poco más largo. El sistema financiero estadounidense funciona manipulando los tipos de interés para aumentar los precios de los activos. Durante muchas décadas, la Reserva Federal sólo manipuló los tipos de interés a corto plazo y dejó que los «vigilantes de los bonos» fijaran los tipos de interés a largo plazo. No se trataba de un libre mercado de capitales, pero se le parecía más, y ese antiguo mercado de bonos creó una verdadera responsabilidad fiscal, incluso para Estados Unidos. Ni que decir tiene que los vigilantes de los bonos han ido a parar a donde desapareció la Comisión de Vigilancia.

Ahora la Reserva Federal compra 120.000 millones de dólares de bonos del Tesoro al mes, lo que sitúa el tipo de descuento sin riesgo a 10 años por debajo del 1%. El precio de un activo de capital es función de esta cifra. Si el tipo es 0, el valor actual de un flujo de ingresos constante y permanente es infinito. Gestionar los tipos de interés significa manipular el precio del capital. Así que no hay nada ni remotamente «natural» en la perpetua subida de la bolsa y del mercado inmobiliario. Corte el goteo de heroína y esteroides y verá lo que «valen» realmente esos activos.

La inflación de los precios de los activos es un estímulo regresivo: equivale lógicamente a dar enormes cantidades de dinero-helicóptero a los ricos. Es pura «economía de goteo». ¿Podemos llegar a llamarlo antisocialismo? Además, existe una palabra sencilla en inglés para referirse a un «estímulo permanente».

La economía estadounidense es completamente adicta a este estímulo regresivo increíblemente jodido, que es mucho menos eficaz en cuanto a producir gasto que el estímulo progresivo: dar dinero gratis a los que no son ricos. También crea mucha menos utilidad, porque la utilidad marginal de un dólar para una persona rica es mucho menor.

Esto no es capitalismo. Esto es una caricatura de los Simpsons del capitalismo. Cualquier persona razonable que viera este sistema tal y como es lo encontraría horrendo. Pero a ninguna persona razonable se le ocurre ninguna forma de rescatarlo. No hay forma, o al menos ninguna forma razonable.

Una vez más, hemos presentado un argumento sin fundamento. Analicémoslo con más detalle —puesto que incluso la mayoría de los profesionales de las finanzas tienen algún problema con estas ideas— utilizando los métodos clásicos del siglo XIX de la «economía literaria». Genios de las mates, chitón. (Eh, genios de las mates: vosotros nos disteis este monstruo. O al menos, no os quejasteis de él, ¿verdad?)

Y si el punto no ha quedado suficientemente claro, lo asentaremos diseñando una transformación desde este monstruo hacia un libre mercado de capitales. Esta transformación no será posible, y por eso el capitalismo no existe y no puede existir.

Una transformación praxeológicamente equivalente

La praxeología, filosofía de la motivación, es jerga de la economía austriaca. A los efectos de los siguientes ejercicios mentales, una transformación praxeológicamente equivalente es cualquier cambio en el sistema financiero que no modifique sustancialmente la motivación de nadie.

Por ejemplo, una división de acciones es perfectamente equivalente. Usted entra en su correduría y comprueba su inversión. Ha cambiado, aunque usted no la haya cambiado. Tiene el doble de acciones a mitad de precio.

Si una empresa en la que tiene acciones es comprada por otra, o adquirida con dinero en efectivo al precio actual de mercado (aunque suele adquirirse a un precio mayor), algo ha cambiado un poco. Pero ninguno de estos acontecimientos modifica su patrimonio neto personal. Por lo tanto, ninguno de estos acontecimientos cambia su motivación para comprarse un Porsche.

Lo mismo ocurriría si se conectara y viera que todas sus inversiones se han liquidado con dinero en efectivo. Tal vez ya no siga apostando por activos a los que deseaba exponerse. Eso resulta molesto, pero, de nuevo, su patrimonio neto no ha cambiado. Su perfil de gasto en realidad no cambia, de modo que, en realidad, no ha pasado nada.

Por lo tanto, podemos imaginar una transformación praxeológicamente equivalente en toda la economía de EE.UU. en la que el patrimonio neto personal de todo el mundo se convierta en efectivo por cojones.

La Reserva Federal compra todos los activos financieros y financiarizados (por ejemplo, las viviendas). Incluso el capital que representa su casa se convierte en efectivo, y el pago de su hipoteca es ahora su alquiler. Su cuenta bancaria es ahora su cuenta en la Reserva Federal y, si tiene alguna deuda, se la debe a la Reserva Federal. Esto es más complicado que los ejemplos anteriores, pero sigue siendo una equivalencia bastante sólida.

El dólar para apostar

Como esta lente simplificadora es equivalente, podemos mirar a través de ella en cualquier momento; y podemos observarla a través del tiempo. Incluso podemos imaginar una versión de la cuenta de la Reserva Federal que permita a los ciudadanos «invertir» con la Reserva Federal.

En lugar de dólares fijos y estáticos, los ciudadanos pueden invertir su dinero en «dólares de apuesta», que se expanden y contraen en función de los resultados de varias empresas estatales al estilo de la Alemania Oriental, como si fueran acciones de seguimiento al estilo de los años noventa.

Por supuesto, dado que ahora la Reserva Federal es dueña de todas las acciones, es dueña de todas las empresas. Pero podría incluso ir más lejos y permitirle apostar al fútbol, al cine, a los políticos o a los caballos. Y claro, como a Estados Unidos le interesa obligar a apostar a todo el que quiera ahorrar, las apuestas son de suma positiva: así es como el estímulo regresivo blanquea su dinero sucio.

¡Bienvenido al Casino Económico del Tío Sam! En el Casino del Tío Sam, la única forma de perder es no apostar. Pero aunque Sam dirige un casino popular, extrañamente, muchos ciudadanos no tienen interés en añadir información especulativa al mercado, porque no tienen información y, de hecho, no son especuladores; ni siquiera son jugadores.

La solución son los «dólares indexados», que apuestan por todo, incluidos, presumiblemente, todos los equipos, películas, políticos y caballos. Los «inversores» reciben generosos beneficios por añadir una señal nula al mercado. Obviamente, esto es de retrasados.

Esto es el «capitalismo», un sistema financiero obviamente ridículo, pero cuya estructura de incentivos es equivalente al sistema financiero que tenemos ahora. Si los dos sistemas pudieran intercambiarse de la noche a la mañana, todo seguiría funcionando con normalidad.

Básicamente dando dinero gratis a los ricos

¿Qué importancia tiene para la «economía» este estímulo regresivo? ¿Cómo es de grande? Afortunadamente, nuestros amigos de la Reserva Federal han preparado un práctico gráfico.

Podemos ver que entre el primer trimestre de 2016 y el primer trimestre de 2020, una época normalmente buena para los pelotazos bursátiles, el patrimonio neto personal total de los estadounidenses pasa de 106 billones de dólares a 127 billones de dólares. Esta pérdida, de unos 5 billones al año, es más de 5 veces el déficit fiscal. Y entre el primer y el tercer trimestre de 2020, cuando se pisa el acelerador de los tipos de interés, esta cifra aumenta hasta 140 billones de dólares. Esta pérdida es más de 4 veces el estímulo fiscal.

Así que sí: el estímulo regresivo es gigantesco. Por supuesto, tiene que serlo, porque funciona muy mal. Como reductio ad absurdum, imaginemos que le diéramos los 13 billones de dólares enteros a Jeff Bezos. Esto generaría muy poco gasto en consumo en términos absolutos y, por supuesto, el gasto en consumo equivale a los ingresos de las empresas, que a su vez emplean a los estadounidenses e impulsan las relaciones precio-beneficio. Estamos empezando a comprender cuál de estos efectos es más importante.

Contabilidad correctiva para profesionales de las finanzas

Pero ¿cómo es que esto son pérdidas? ¡No son pérdidas! ¡Son ganancia! Lol.

Esta línea de pensamiento siempre me recuerda al personaje de Todd Solondz, que es un poco tonta y a la que contratan como rompehuelgas. Entonces aparece un piquete y la llama «esquirol», y ella dice: «¡No soy una esquirol! Soy una rompehuelgas».

Incluso si renunciamos a la transformación, por supuesto que las subidas de las cotizaciones bursátiles son pérdidas. Como sabe cualquiera que haya mirado alguna vez un balance, las acciones son un pasivo, igual que la deuda. La valoración de una empresa está en función del flujo de beneficios que se espera que genere. Cuando suben sus acciones, aumenta la cantidad de efectivo que se espera que genere. Esto puede ser muy estresante para la empresa; exactamente igual que tener demasiada deuda.

Y con la transformación, no hay diferencia entre que las acciones de Amazon de Jeff Bezos suban 200.000 millones de dólares y que el ordenador de la Reserva Federal aumente el saldo de su cuenta en 200.000 millones de dólares. Se podría argumentar que Bezos merece lo primero; o lo segundo. Pero la contabilidad trata de quién tiene qué, no de quién merece qué.

El mercado de suma cero de los activos

También se podría argumentar que el modelo de Alemania del Este es malo, porque los mercados de valores cumplen la importantísima función de proporcionar a los directores ejecutivos una rendición de cuentas objetiva. Una vez nacionalizadas todas las empresas y sometidas únicamente al Camarada Ulbricht, lo único que obtienen es una rendición de cuentas subjetiva. Un bien inferior, al menos si nos fijamos en los coches de la Alemania del Este.

Esto es cierto. Pero no requiere una apreciación sistémica del precio de los activos. Un mercado bursátil que sea un juego de suma cero —en el que la capitalización bursátil de todo el mercado no cambie de forma significativa o predecible— puede proporcionar aún más rendición de cuentas.

De hecho, aporta más, porque en ese mercado no existe «beta», sino sólo «alfa». Fusionar «beta» con «alfa» es una de las principales ambiciones de los peces gordos directivos con control de crucero. En un boom, ni siquiera Dios podría distinguirlos. ¿Cómo creamos ese mercado en el que sólo exista alfa?

Revisando la transformación

Repasemos y continuemos con nuestro ejercicio mental.

En primer lugar, nacionalizamos todos los activos financieros y financiados a cambio de dólares directos de la Reserva Federal (M0), creando algo así como 50 veces más dólares literales de los que existían ayer. Contrariamente a la sabiduría popular, esto no es en absoluto «inflacionista» en el sentido del nivel general de precios. Los precios son fijados por la oferta y la demanda, y el poder adquisitivo aquí no varía.

En segundo lugar, unificamos la Reserva Federal y el Tesoro. ¿Quién necesita ficciones contables? En realidad, un pagaré de la Reserva Federal —un dólar— es capital soberano. En realidad, un bono del Tesoro no es una deuda: es un dólar restringido. No vence (o madura); se consolida.

También fusionamos todos los bancos, etc, en la Reserva Federal; las deudas con ellos son ahora deudas con la Reserva Federal. No hay intermediarios financieros en absoluto, sólo la cegadora luz monetaria de la desnuda, divina y todopoderosa Reserva Federal, que ahora posee todos los activos productivos.

Todo esto sigue siendo praxeológicamente neutro. Crea un sistema de capitalismo de Estado extremadamente simple y fácil de entender. La economía no sufrirá ningún shock y seguirá funcionando con normalidad.

Completando la transformación

Pero con el tiempo, esta economía dirigida se deteriorará por falta de incentivos adecuados. Después de todo, es la América soviética. El objetivo aquí es hacer que Estados Unidos sea menos soviética, no más. Por lo tanto, vamos a averiguar cómo desenredarlo para dejar solamente el mercado exclusivamente alfa que queríamos. Estos pasos no serán praxeológicamente neutrales.

Primero, fijamos el número de dólares. Los ponemos en blockchain, o algo así. A menudo oímos hablar de una «moneda digital de banco central» (CBDC) en estos días. Nunca tienen la característica más importante de una moneda digital adecuada: una oferta matemáticamente limitada.

Dado que la moneda fiduciaria es capital soberano —un dólar es una participación sin derecho a voto de las acciones del gobierno— podemos definir las posiciones en dólares no como un a cantidad bruta de dólares, sino como una fracción de la oferta total de dólares.

Con una oferta fija de dólares, estas formas contables son idénticas. Si el gobierno, como una empresa, puede emitir nuevas acciones, la contabilidad fraccionaria y la literal divergen, y entonces vemos lo que significa realmente diluir el dólar. La emisión de nuevas acciones es un impuesto sobre la riqueza de todos los accionistas existentes.

Las empresas tienen buenas razones para emitir nuevas acciones, como las fusiones y adquisiciones. También tienen malas razones para emitir nuevas acciones, como la financiación de operaciones corrientes. Una empresa que hace esto está yéndose por el retrete, pero las empresas no son soberanas. El problema con los gobiernos es que ellos pueden vivir en el retrete.

Además, si el gobierno no puede imprimir nuevos dólares, ni puede llevar a cabo rescates ni puede prometerlos. Esto significa que los actores privados, como los bancos, no pueden crear dinero de forma segura. Únicamente estarían creando pequeñas burbujas, que estallarían en pequeños pánicos. Dado que esto sería peligroso, la regulación adecuada consistiría en hacerlo ilegal, exigiendo a los intermediarios que hagan coincidir la duración y la moneda de sus activos y pasivos.

En segundo lugar, subastamos los activos nacionalizados y quemamos los dólares recibidos. Una vez más, por definición, ni el poder adquisitivo privado ni el público cambian después de esta subasta. Observaremos que los precios de los activos producidos por esta subasta son mucho más bajos que los precios anteriores, y los tipos de interés son mucho más altos.

Y así estamos de vuelta al capitalismo, o al menos al libre mercado de capitales. ¡Viva!

Los mercados de activos en el capitalismo

En el capitalismo, la hipótesis del mercado eficiente se cumple de verdad. No hay beta, sólo alfa. Salvo acontecimientos exógenos —como una pandemia— que afectan efectivamente a todos los activos, los mercados no tienden a moverse como un todo. Nadie necesita apostar para preservar el capital. La especulación es sólo para los jugadores que tienen señales que añadir, o que creen tenerlas.

Pero ¿cómo puede crecer la economía si la oferta monetaria es fija? ¿No trabajan continuamente todas las empresas para aumentar su valor? Entonces, ¿por qué no tiene que subir la bolsa de valores, que equivale al valor de todas las empresas?

El error está en considerar el dinero como una medida del valor. Como los economistas austriacos le dirán hasta que le sangren los oídos, no existe tal cosa como una medida del valor, ni tampoco hay ninguna necesidad de tal cosa.

Cuando hablamos de «crecimiento» económico, en realidad nos referimos al aumento de los ingresos totales de todas las empresas, que es el PIB «nominal». A continuación, tratamos de restar los efectos de la dilución monetaria desenfrenada, obteniendo el PIB «real», que es el valor de todos los bienes producidos. Para el PIB «real», lo que buscamos es un aumento de la productividad, es decir, un aumento de la calidad y/o la cantidad de los bienes producidos.

Si no necesitásemos estas estadísticas, no habría necesidad de estos conceptos. Crear más y mejores cosas no requiere diluir la oferta monetaria. Como vimos, crear dinero bajo contabilidad fraccionaria es sólo un impuesto sobre la riqueza. ¿Hay alguna razón por la que Apple no pueda hacer mejores teléfonos sin un impuesto sobre la riqueza? ¿Por qué?

Supongamos que Apple fabrica este año teléfonos mucho mejores que hace cuatro años. Cobra exactamente lo mismo por ellos. Todo el mundo tiene exactamente el mismo comportamiento económico, pero con cosas más bonitas y mejores.

En cierto sentido abstracto, Apple se ha hecho más «valiosa». En el sentido financiero concreto, es la misma empresa, con los mismos ingresos y los mismos beneficios. Nada de esto requiere que el precio de las acciones de Apple aumente, a menos que funcione mejor de lo que espera el especulador medio.

Y si esto ocurre, significa que Apple está quitando ingresos a otras empresas, porque el gasto de los consumidores también es constante. Les irá peor, y sus acciones bajarán; el mercado, en su conjunto, permanece plano. Como debe ser. La «beta» financiera es siempre y en todas partes un fenómeno monetario.

Por qué esto no puede ocurrir

¿Esto es sólo un ejercicio mental? ¿O es en realidad… una propuesta? Por supuesto que no.

Por un lado, la política es el arte de lo posible, y este proceso está alejado de dos a cinco órdenes de magnitud de cualquier posibilidad política. Pero hay un problema más importante.

La ventaja de este diseño es que crea un sistema financiero sano y hermético que no puede ocultar las pérdidas sistémicas bajo la alfombra del señoreaje. La desventaja es exactamente la misma.

La desventaja es que, una vez que este sistema financiero ya no puede ocultar las pérdidas sistémicas, ya no puede ocultar la realidad de que Estados Unidos pierde la mitad de su PIB en números rojos cada año. ¿Resulta sorprendente saber que si condujeras por todo el país verías un país desangrándose hasta la muerte, incluso antes de 2020? Bueno… eso es exactamente lo que estás viendo. Financieramente, al menos.

Así que el mensaje de esta visión del libre mercado no es en absoluto un mensaje de esperanza. O al menos, no de esperanza fácil; no de la esperanza barata con la que nuestro discurso trafica tan rutinariamente. Es más bien la visión de Rilke:

De lo contrario, esta piedra parecería desfigurada

bajo la cascada translúcida de los hombros

y no brillaría como el pelaje de una bestia salvaje:

no estallaría, desde todas los márgenes de sí misma,

como una estrella: porque aquí no hay lugar

que no te vea. Debes cambiar tu vida.


[1] Clase directiva profesional por sus siglas en inglés. Profesionales de clase media que suelen tener estudios, formación y cualificaciones empresariales, algunos títulos universitarios superiores e ingresos por encima de la media.

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